La Tamalera

Sería muy interesante saber cuándo se oyó por primera vez el pregón de la tamalera por las calles porteñas, lamentablemente se ha perdido en el tiempo.

La tamalera es otra de las pocas estampas vivientes que todavía se conserva en nuestro medio. Este singular personaje se destaca por su vestido negro, adornada con sus largas trenzas terminando en punta con la cola de “lagartija” sampredana que a veces lleva enrolladas sobre la cabeza y otras van colgando.

El tamal es un artículo muy apreciado por los pacasmayinos, se lo saboréa en casa con la familia, en la oficina, o estando de viaje, donde quiera se encuentre con la tamalera. Es muy curioso, los tamales no se elaboran en Pacasmayo, sino en la capital provincial. Esto parece que lo hace que sean más apetecidos por ser potaje importado. “Las malas lenguas” dicen que los tamales están rellenos de mollejas y patas de gallina o decarne de “lagartija”. Pero en realidad el tamal es un potaje muy sabroso y nutritivo por la variedad de ingredientes de que está compuesto.

Desde las once de la mañana hasta eso de la una de la tarde, es completamente irresistible evitar tragarse la saliva, cuando se oye el pregón de la tamalera, lanzando al estómago del prójimo:

…¡tamalíese… ¡humitaas…!¡Tamalíess…!¡humitaas…¡

Al oir ese estrindente e inconfundible pregón sale corriendo el niño, el ama de casa, el oficinista, etc… La tamalera llega a la puerta, levanta su mantelito de tocuyo que cubre la canasta de donde saca los tamales de gallina, sabrosos y calientitos. ¡Después, a chuparse los dedos!

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