Memorias de un sueño trunco: Sobreviviendo el tsunami

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Después de haber visitado cada país de norte, centro y sudamérica, mi esposa y yo decidimos aventurarnos e ir a conocer un lugar diferente. Ella había visitado Singapur y Japón, y yo la había acompañado a conocer Palestina, pero esta vez queríamos conocer algo diferente, geográfica y culturalmente.

Llegamos durante la fiesta, todo el pueblo se había reunido para la celebración. Había mucho movimiento, muchas luces, mucha alegría. Había dos bandas que competían por la atención de la gente y el ruido era tan fuerte que decidimos alejarnos un poco para disfrutar mejor.

Vimos que había una montaña detrás de todos los toldos y la calle principal, así que decidimos atravesar la multitud y subir un poco para tener una mejor vista. Subimos hasta que estábamos unos pocos metros por encima de todos, y le pregunté a mi esposa cuántas personas creía que había, “yo no sé calcular el tamaño de la multitudes” me dijo. Yo traté de calcular, seleccioné un grupo pequeño y conté, a groso modo, unas cincuenta personas, y luego, extrapolando ese grupo a toda la multitud determiné que eran no menos de dos mil. La montaña era agreste y mi enfermedad me impedía subir más, así que buscamos una piedra grande donde sentarnos. Divisamos una, a unos pocos pasos de donde ya estábamos y que todavía nos permitiría gozar de una vista panorámica de toda la pequeña ciudad. Pero cuando íbamos a llegar escuchamos que alguien gritaba con una voz muy fuerte, volteamos pero no podíamos ver quién era el que gritaba, ni entender lo que gritaba.

Poco a poco la gente comenzaba a verse agitada y una especie de murmullo crecía cada vez más, hasta que una mujer subió a la tarima de una de las bandas, arrebató el micrófono al cantante y gritó con desesperación: Sálvese quién pueda, viene el tsunami.

Miramos hacia el mar y era obvio que algo raro estaba sucediendo, el agua que minutos antes habíamos admirado por su calma y uniforme reflejo, ahora parecía oscura y revuelta. Las olas eran más grandes que antes, pero aún así, era muy difícil presagiar lo que vendría.

Le dije a mi esposa que sería mejor que subiéramos unos metros más para estar a salvo, por si acaso, a lo cual ella asintió, pero en cuanto dimos el primer paso comprendimos que ya era demasiado tarde, una explosión de agua y lodo reventó unos diez metros por encima de nosotros y nos arrastró violentamente.

Mi esposa y yo quedamos separados y sumergidos en esa masa de lodo y piedras; yo debo haber perdido el conocimiento puesto que lo único que recuerdo es haber dado unas dos o tres vueltas, y no recuerdo más.

Cuando desperté estaba en la parte trasera de un camión que iba a toda velocidad. Ví que había una pareja que iban abrazados y asustados, y les pregunté dónde estábamos y hacia dónde íbamos, y uno de ellos me dijo, “Creo que te quieren robar”. Sabía que tenía que escaparme, pero el camión iba demasiado rápido. Observé que el camión tenía algo de daño, probablemente del tsunami, pero pude agarrar una madera grande y usarla como protección.

Salté del camión con la madera debajo de mi cuerpo para amortiguar la caída, y efectivamente, pude sobrevivir el escape. Los del camión no notaron mi ausencia porque los vi que continuaron raudos en su camino. Busqué una estación de policía y les dije que era un sobreviviente del tsunami, pero ellos me miraron muy extrañados. El tsunami sucedió a varias horas de aquí, me dijeron. Comprendí que había estado inconsciente por mucho tiempo, pero era necesario regresar, debía encontrar a mi esposa. Pasé las siguientes seis horas rogando a diferentes choferes que me acercaran al lugar, puesto que no tenía ninguna forma de pagar. Algunos se burlaron, pero casi todos me miraban con compasión y me llevaban en la dirección que les pedía, aunque sea sólo por unos kilómetros.

Finalmente llegué al pueblo, era una devastación total, habían muchas personas de primeros auxilios y salvataje. Me acerqué a un grupo de personas y les pregunté dónde podría encontrar a los sobrevivientes, no hay sobrevivientes, me dijeron. Seguí avanzando, y me acerqué a una muchacha de la cruz roja. Estoy buscando a mi esposa, le dije, ¿sabe dónde puedo buscar sobrevivientes? No hay sobrevivientes, me dijo, aunque escuché que sobrevivió una pareja que estaba en la montaña, pero el señor estaba muy mal y su esposa se lo llevó en un camión a la ciudad de México para que lo curen.