El 28 de agosto de 1955, 32 grados de calor sofocante en Mississippi se convirtieron en el telón de fondo de una historia que cambiaría para siempre la conciencia de Estados Unidos sobre la raza. Un jovencito de 14 años llamado Emmett Till, de visita en el Sur, y ajeno a los límites y reglas no escritas que gobernaban allí durante la era de Jim Crow, fue brutalmente asesinado por supuestamente silbar a una mujer blanca. Su muerte fue una manifestación visceral de los prejuicios raciales profundamente arraigados y las leyes no escritas de la discriminación.
El término “Jim Crow” proviene de una canción y danza del siglo XIX que caricaturizaba y estereotipaba a los afroamericanos. Para fines del siglo XIX y principios del XX, este término se usó para describir las leyes, reglas y costumbres de segregación que surgieron después de que la Reconstrucción terminara en 1877 y continuaron hasta mediados de la década de 1960. Las reglas de Jim Crow controlaban muchos aspectos en los que pudieran interactuar personas blancas y negras, por ejemplo, los asientos en los autobuses y trenes donde los blancos se podían sentar en la parte delantera y los negros en los asientos traseros. Las escuelas, las fuentes de agua, los teatros, los restaurantes y los baños, todos tenían letreros indicando cuáles eran para blancos y cuales para negros.
Estas leyes no se trataban simplemente de separar a blancos y negros. Más fundamentalmente, reflejaban la creencia más amplia de la sociedad en la inferioridad de los afroamericanos. Si bien las leyes detallaban los específicos deberes y prohibiciones, las leyes no escritas eran mucho más insidiosas. Era la ley no escrita la que dictaba el severo castigo para un joven negro por romper un tabú social.
Además, la corte más alta del país, el Tribunal Supremo, había respaldado este sentimiento a finales del siglo XIX en su decisión Plessy v. Ferguson al declarar “separados pero iguales” como ley del país. La decisión solidificó el marco legal para la segregación racial y profundizó aún más la discriminación racial institucionalizada. Y, aunque “separados pero iguales” fue declarado inconstitucional en 1954, un año antes de la muerte de Emmett, la ley no escrita todavía era la ley de la sociedad sureña.
Avancemos hasta el 28 de agosto de 1963, exactamente ocho años después de la trágica muerte de Till. Miles se reunieron para la Marcha en Washington por el trabajo y la libertad, donde el Dr. Martin Luther King Jr. pronunció su icónico discurso “Tengo un sueño”. Sus palabras, “Tengo el sueño de que mis cuatro hijos vivirán un día en una nación donde no serán juzgados por el color de su piel, sino por el contenido de su carácter”, no solo expusieron el absurdo del prejuicio sino también la esperanza de un futuro más equitativo.
Sin embargo, la discriminación no fue solo un problema en el sur de los Estados Unidos o exclusivamente un problema afroamericano. A fines de la década de 1950, a una joven le dijeron sus líderes espirituales que era pecaminoso casarse con un “nativo”. Su prometido, un hombre peruano, fue reducido a su etnicidad, considerado inferior basado únicamente en su nacionalidad. Tales prejuicios no estaban confinados solamente a la sociedad secular, sino que permeaban el tejido mismo de la sociedad, influenciando inclusive a las instituciones supuestamente más espirituales, como las iglesias. Universidades cristianas prominentes, como Bob Jones University, se regían bajo el código de Jim Crow y no admitían a estudiantes afroamericanos en sus aulas, y cuando fueron obligados a aceptarlos, en 1971, lo hicieron bajo la condición de que estuvieran casados con alguien de su misma raza. A partir de 1976 aceptaron a personas de color, pero prohibiéndoles enamorarse de blancos. No fue sino hasta el año 2000 que bajo mucha presión legal y mediática, la universidad dejo de prohibir los matrimonios interraciales.
La creencia en la superioridad, ya sea por raza, nacionalidad o cualquier otro factor, está profundamente arraigada en la historia humana. Y a pesar de que hemos avanzado significativamente en asuntos legales, el sentimiento persiste. La discriminación y el prejuicio no se tratan solo de políticas o legalidades; están arraigados en las emociones y perspectivas humanas. Hemos visto que este sentimiento surge y florece, cíclicamente, recordándonos la lucha continua.
En conclusión, aunque hemos recorrido un largo camino desde los días de Emmett Till y Jim Crow, las leyes no escritas de discriminación aún existen. Si bien es importante ganar y mantener la lucha en el marco legal, la lucha contra el prejuicio no se trata solo de cambiar leyes sino de alterar percepciones, educar corazones y fomentar la comprensión. Solo entonces podemos asegurarnos realmente de que tales episodios oscuros de nuestra historia nunca se repitan.
Nota importante: Si la joven a quién se le prohibió casarse con un “nativo” peruano hubiera obedecido, este artículo nunca hubiera sido escrito.
Referencias:
Emmet Till
Bob Jones University vs. United States
Separate but equal