Tiburón

JawsDebe haber sido el año 1976 cuando Helion y yo fuimos a ver la película “Tiburón”.  El suspenso era tan fuerte que las muchachas gritaban y aún los jovencitos nos sentíamos un poco incómodos.  Al terminar la película, fue imposible irse “derechito a la cama” como me ordenó mi mamá.  Las imágenes del enorme tiburón seguían apareciendo, sólo que ahora me querían comer a mí.  Al día siguiente, en la escuela, alguien me pasó la voz de que las olas estaban buenas.  No recuerdo cómo salí, y no es por no incriminarme, pero a veces salíamos por la pared de atrás, pero la mayor parte de veces sólo teníamos que convencer a “Candadito” (el guardián del Raimondi) que ya no teníamos clase y nos dejaba salir calladito.  Pasé por la playa, y en efecto, las olas estaban grandes y bien formadas.  Fuí a cambiarme y me encontré con Helion.  El tenía su propia tabla, yo no, pero nunca faltaba un buen amigo que me prestara una… tal vez fue Pepe, Edgar, Hugo o algún otro, la cosa es que conseguí una tabla y nos dirigimos al agua.  Entramos hasta donde rompían las olas.  Yo me quedé unos metros más afuera y Helion entró un poco más.  Me senté en la tabla mientras braceaba para que la corriente no me lleve, como acostumbrabamos hacer mientras esperábamos la “serie”.  En eso escuché un grito: ¡¡¡Tiburóóón!!!
Helion no era muy bromista que digamos, pero en esta oportunidad no me gustó mucho que bromeara sobre ese tema, siento que todavía estaba un poquito conmovido por la película de la noche anterior.  Continuó gritando mientras salía apresurado del agua.  Yo sabía que era una broma, pero… ¿y si no lo era?
Seguí braceando tranquilamente hasta que algo hizo que mi corazón se paralizara.  Con un sonido como de succión muy fuerte, y con un movimiento que recuerdo hasta el día de hoy como si pasara en cámara lenta, un pez más grande que mi tabla emergió del agua a menos de un metro de mi pierna derecha.  Su cuerpo oscuro y brilloso, su aleta rota, su enorme tamaño… puedo cerrar los ojos y revivir el momento.  Se elevó en el aire, pasó ligeramente sobre la tabla y se volvió a sumergir al otro lado, dejándome helado y sin habla por varios segundos, sólo para voltear y salir del agua más rápido de lo que canta un gallo.  No era un tiburón, pero no importaba, la impresión fue tan fuerte que no volví al agua por un par de días.  Nunca antes, ni después tuve un encuentro tan cercano con un delfín, pero éste tuvo que ser el día siguiente de “Tiburón”.